Sobre la creatividad aplicada de la niñez del barrio embelleciendo la vereda

La definición de creatividad del diccionario es muy escueta, sólo dos acepciones. La primera: facultad de crear; la segunda: capacidad de creación. Aunque no sea mucho, hay dos palabritas claves para entenderla: que es una facultad (aptitud, potencia de hacer algo) y que es una capacidad (oportunidad que habilita cierta acción). Yo (y la neurociencia, sobre todas las cosas, que es bastante más docta en el tema) creo firmemente en que la creatividad es algo con lo que todas, todos, todes contamos. Sin excepción. No existe tal ser como alguien no creativo. Puede, quizá, ser poco creativo. Como también se puede ser poco atlético si no se entrena la capacidad de ejercitarse o practicar algún deporte que nos provea de cierta destreza y estado físico que pueda calificarse como tal.

Entonces, vamos a seguir adelante con esta lectura teniendo en mente que tanto vos como yo hacemos uso de la creatividad a diario. Quizá la apliquemos de forma diferente o en casos distintos. En resolver un problema cotidiano pero necesario, por ejemplo; en reinventar el vínculo con tu pareja, en pensar lo que vas a cocinar para la cena, en ingeniártelas para sobrevivir este mes con menos ingresos… O, quienes tienen el hábito de practicar algún arte, también aplicarán la creatividad en escribir un poema, bordar una prenda, pintar un retrato, o buscar la melodía para su próxima canción.

Para ambos tipos de casos (los cotidianos y necesarios, y los más deliberados y artísticos), se requiere de similares condiciones. Contar con inspiración, curiosidad y predisposición para encontrar caminos distintos que nos resulten más atractivos o acordes a nuestras personalidades y estados de ánimo. Pero si nos resulta a veces más fácil ser creativos en pensar lo que comer, no es necesariamente porque tengamos alma de chefs (que también podría ser y bienvenido sea), sino porque tenemos adquirido un hábito que cumple con cubrir una necesidad que, en este caso, es el hambre. Por lo general, tenemos un horario para las comidas y una serie de rutinas asociadas a ellas, que vuelven más despierta y receptiva esa creatividad. Y esto es independiente de si somos hábiles o no en la cocina. Cumplimos con alimentarnos que era el objetivo, con suerte y aplicando cada vez más la creatividad, aprenderemos con la práctica a desarrollar talento culinario.

¿Pero por qué les estoy hablando de comida y no de escribir? Porque a lo que intentaba llegar con esta analogía, es a que la creatividad, si se la vuelve un hábito, se la consigue domar. Y se podrá ser mejor o peor en la escritura, pero sin dudas se irá mejorando si, todos los días, cual si se tratara de conseguir saciar el hambre, se escribe un texto que vaya mezclando palabras como cuando se sigue una receta.

Y sí, al principio es normal seguir determinadas directrices. Aunque haya quienes se atrevan desde el principio a experimentar con los ingredientes, las cantidades, los sabores… se les suele llamar vanguardistas. También a ellos a veces les va bien y otras muy mal. Afortunadamente, volverán a sentir hambre de crear al día siguiente y el hábito les llevará a probar una combinación diferente para saciarlo. Pero a quienes prefieran ir de a poco y con cautela, tal vez les sirva inicialmente seguir al pie de la letra una consigna, un manual de instrucciones; incluso el imitar la técnica de alguien que admiramos y que parece siempre dar con el alimento justo para la ocasión.

Con el tiempo (y el hábito, una vez más), la memoria incorpora lo necesario para ya no tener que seguir moldes ni modelos. Para poder lograr lo que algunas madres y abuelas que, en nuestra infancia, nos contaban que cocinaban “a ojo”. Para mí, llevándolo a la cocina de la escritura, el escribir a ojo es guiarte por la intuición de lo que sentís que el texto necesita a continuación. Y lo sabés porque ya lo hiciste muchas veces antes, porque has probado variar la receta y reconocés qué te funciona y qué no; porque te animás a dejarte llevar por los sentidos, y así como alguien puede oler los vapores de una olla y decir “le falta sal”, mientras escribís también vienen a vos aromas, sabores, texturas, remembranzas, que te llevan a borrar una coma, a sustituir una palabra por otra, a eliminar un párrafo entero o a seguirle sumando ingredientes a la historia.

Pero, ¡cuidado! La creatividad es una fuerza que puede ser arrasadora, llevándote a preparar los platos más exquisitos durante una semana, para después hacerte creer que ese esfuerzo te ha agotado todas las ideas, y que la única solución es consumir algo que haya preparado alguien más. En esos casos, solemos creer que la inspiración llegó de milagro, que fue casualidad, que más vale ser prácticos y seguir siempre el viejo libro de cocina que acompaña a la familia desde sus orígenes que andar innovando con cosas que al final pueden salir mal.

“La creatividad es una fuerza emocionante, gozosa y caótica que merece y exige respeto. (…) Puede experimentarse como un vuelo por las alturas o como una caída al vacío. La clave para ser vital y entusiasta es aprender a utilizar y canalizar esa fuerza creativa”, escriben Mark Bryan, Julia Cameron y Catherine Allen en la introducción de su libro El camino del artista en acción. Por su parte, la periodista Bibiana Ballbé, afirma en su libro Las 21 claves de la creatividad que: “Ser creativo es una elección. Todo el mundo tiene la capacidad de serlo. La clara prueba está en que, cuando somos niños, todos tenemos una imaginación tremenda. Y la imaginación es la antesala de la creatividad.”

Es difícil crear en el caos. Pero resulta que la creatividad es en sí misma un poco caótica, por lo que nos exige acostumbrarnos a él. También, como cuentan más arriba, exige respeto de nuestra parte. Porque puede ayudarnos (y mucho) a ser más eficientes y felices pero, también, puede marearnos, desmoralizarnos, si establecemos una relación en la que dependemos de ella y no contamos para nada con nuestra participación en el acuerdo a la hora de crear. No estamos de cuerpo presente ahí, sentándonos a la mesa con papel en cero y lápiz para probar nuevas combinaciones de palabras, sino que estamos en otra, esperando a ver si a ella se le ocurre venir a golpearnos el corazón para darnos cuenta, así, de que estamos siendo presas de la inspiración y escribir de un tirón nuestra maravillosa futura novela.

Puede que nos pase alguna vez algo así. Hay artistas que aseguran que les ha pasado y yo creo que les creo. Pero si creemos que esa es la regla y no la excepción, la fuerza de la creatividad nos va a pasar por encima ante la desilusión de que no va a sucedernos tan seguido… De ahí la necesidad de domarla, que requiere, primero, conocerla (cómo opera en mí no es igual a cómo opera en ti; cómo operará en ti el año que viene si la fuiste conociendo de forma constante durante 2021, tampoco ya será igual…) y, después, amansarla para que se adapten mutuamente (ella y tú) a lo que sea que quieras hacer bajo sus efectos (llevar un diario de vida, escribir un poemario, ilustrar un álbum… o convertirte en chef).

Dicen que los hábitos, para convertirse en tales (es decir, conductas repetidas que nos resulten naturales de llevar a la práctica sin mayores esfuerzos), deben aplicarse concienzudamente durante 21 días como mínimo. Uno tras otro, sin interrupciones. Como todes somos diferentes, en algunas personas lleva más tiempo (hasta 66 días, según estudios), pero en ninguna menos. Las conductas no son automáticas sino aprendidas. Incluso aquellas que creés más instintivas (como el alimentarte), te fueron enseñadas hace muuucho tiempo, porque cuando naciste no podrías haberte proveído por tu propia voluntad, por más hambre que sintieras, pobre bebé. Lo de tu desempeño en la cocina vino después, cuando desarrollaste la creatividad en esa área.

¿Por qué no aplicar la misma idea para con la escritura? Porque sí, puede que a veces nos vengan unas ganas locas de escribir y no paremos por unas cuantas páginas y sintamos mucho orgullo del resultado… que después se desploma cuando los días siguientes pasan sin escribir una línea. Disculpa que se los diga, lectores, pero no es falta de inspiración sino falta de hábito. La inspiración eventualmente va a venir, pero ojalá que cuando venga nos encuentre con una práctica acumulada tal que podamos hacer con ella lo que sea que deseemos.

¿Se prenden a un reto de 21 días de consignas sencillas de escritura? Aprovechemos que febrero es cortito y que del 8 al 28 nos da el tiempo mínimo justo para hacer la prueba. Si estás adentro, dejame tu mail y recibí a partir del próximo lunes excusas para despuntar el vicio y fomentar el hábito. ¡Todo sea por domarla a ella, la tan salvadora pero a veces huidiza creatividad!

2 respuestas

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *