De mi escritorio el primer lunes de 2021. La mesa está servida.

Durante mucho tiempo listé, entre mis propósitos de año nuevo, el de escribir. Con esto me refería, de manera muy sucinta aunque ambiciosa, a “lograr escribir de forma constante y sostenida; en el mejor de los casos, que se publique lo que escriba.”

A lo largo de los años el propósito se ha ido redefiniendo hasta desaparecer. No porque ya no lo desee sino justamente por todo lo contrario. Deseo tanto escribir, no como anhelo sino como voluntad, que he sido consecuente con mis ganas. Y escribo. Tan sencillo y complejo a la vez. Sencillo porque basta con ejecutar lo que se quiere, tomar papel y lápiz, y escribir. Complejo porque tenemos la costumbre de darle muchas vueltas alrededor de lo que queremos y nos cuesta aceptar que las ganas en sí mismas puedan ser motivo suficiente para lanzarse a la ejecución.

En la medida en la que el proyecto de Papel en Cero ha crecido, me he ido encontrando con varias personas que listan entre sus objetivos de año nuevo el escribir. Algunas lo formulan como “aprender a escribir”, otras como “escribir de forma habitual”, “escribir un libro” o, lisa y llanamente, “animarme a escribir”. Los primeros talleres fueron propuestas de verano en Uruguay, a comienzos de febrero, cuando todos los propósitos siguen ahí burbujeantes y empujándonos a actuar. No me sorprende que hayan sido las convocatorias con más participación que he tenido. Entre enero y marzo (quizá, incluso, hasta abril) parece que tuviéramos la sensación de que todo es posible. Incluso cumplir con ese propósito que viene acompañándonos hace varias listas…

Tengo algo para decirles, amigas y amigos de Papel en Cero, y se los diré aunque puede que vaya en contra de pretender ganarme la vida dictando talleres de escritura creativa. No necesitan aprender a escribir, pues ya lo saben. Sí, claro, pueden aprender a mejorar su técnica, su ortografía, incluso su estilo personal. Pero lo que necesitan para arrancar y poder tachar ese propósito de la lista y empezar a vivirlo, ya la saben. Y va mucho más allá de la unión de las letras y las palabras para que generen un significado. Tiene que ver más con ustedes que con la técnica o la mecánica de escribir. Y eso no hay taller que pueda enseñárselos. Por otra parte, el escribir de forma habitual se adquiere con la práctica. Si es diaria, mucho mejor. Quizá los talleres sirvan sobre todo para eso, para sembrar excusas a través de consignas de las que puedan cosecharse textos. Pero, aun sin talleres, si cada día una se pregunta ¿qué aventura quisiera vivir hoy? o ¿cuál es la cosa más extraña que recuerdo? o ¿por qué ese señor que camina frente a mi ventana lleva un aire cansado en el andar? o ¿qué historia podría inventarle a este servilletero que hay sobre la mesa?, podemos motivarnos a escribir. Solos y solas, pero bien acompañadas por nuestras letras.

¿Y qué pasa con lo de escribir un libro? Que el libro en cuestión, me imagino, estará compuesto por páginas. Y que a las páginas se las escribe de a una, párrafo a párrafo, frase a frase. Por lo tanto, cuanto más habitualmente escribamos (y no hablo de cantidad sino de tiempo, de oportunidades dedicadas al papel en cero), más cerca estamos de acumular las páginas necesarias que conformen, por definición, un libro.

Por último, con respecto al de animarse a escribir, quizá ése sea el propósito más difícil de lograr, justa (y paradójicamente) por lo simple. Pero si creemos que debemos animarnos, entonces requerirá un esfuerzo de nuestra parte por hacer aquello que nos anime: leer, leer y releer para que la lectura nos siga demostrando lo que es capaz de producir la palabra escrita; olvidarnos por un rato del concepto de productividad y pensar que es una buena inversión dedicarle tiempo a una actividad que deseo, aun cuando no me reporte ningún beneficio económico o material inmediato (¡el espiritual vale tanto más, justamente porque no tiene precio!); vivir todas las experiencias vitales que puedas, justamente porque son el material principal sobre lo que se escribe: detenerse a hablar con el portero un rato antes de salir, admirar todo a tu alrededor cuando salgas, rememorar a tu primer amor, cambiar de camino aunque te atrases un poco, escuchar diálogos de desconocidos al pasar, respirar hondo y lanzarse sobre el papel en cero.

Si tras todo eso, persisten las ganas de tomar un taller, ¡encantada estoy, te doy la bienvenida y abrazo yo también tu deseo! Pero, creeme, lo primero y lo fundamental siempre está en vos, y ya está ahí. ¡Feliz propósito nuevo!

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