
Suelo pensar durante la semana en lo que escribiré hoy. Suelo pensar en muchas cosas, a decir verdad. No sobre todas ellas me interesa escribir, claro está. Pero a veces aparece algún pensamiento que pareciera cristalizarlos a todos. Otras veces no es un pensamiento mío sino el de alguien más, que hace resonancia con lo que yo estoy pensando y colabora con la cristalización. Y ahí está, sobre eso escribiré, sin dudas.
Durante esta semana pensé mucho en mi abuela. Ayer fue su cumpleaños. Yo no iba a estar. No sería la primera vez, sino la segunda. El año pasado tampoco pude viajar para su 24 de enero. Pensar en mi abuela es pensar en mí, antes y ahora. En los últimos tiempos, en nuestra relación de mensajes por WhatsApp y fotos por Facebook, me cuesta encontrar a la abuela que conozco o conocí.
Estoy leyendo un librito bien interesante de Patricia Highsmith, que en español han titulado como Sus… pense. Cómo se escribe una novela de misterio. Según supe, lo constituyen varios textos que ella publicó por entregas en una revista literaria y que posteriormente a un inteligente editor le pareció propicio recopilar en un libro. A mí particularmente no me interesa escribir una novela de misterio, porque no es un género en el que me sienta muy capaz, pero entrar en su universo de escritora más allá del de su obra me parecía una invitación por demás atractiva. En él hay muchos consejos prácticos (sobre realizar bosquejos de cada capítulo antes de empezar a escribir, por ejemplo), básicos (como tomar una siesta cuando se está demasiado apesadumbrada con un argumento que parece no avanzar y precisa descanso) y humanamente honestos (como el que les contaré a continuación).
Pero, antes, un recuerdo. Yo tendría unos 19 años. Estaba definiendo mi identidad, y en un blog encontré una lista de libros recomendados con protagonistas mujeres viviendo su historia de amor. Entre ellos, estaba Carol, de Patricia Highsmith. Me llamó la atención enseguida pero no me animaba a ir sola a una librería a comprarlo. Una noche que me quedé en la casa de mi abuela, como cada vez que me quedaba a dormir en su apartamento en el Centro, fuimos a recorrer 18 de Julio antes de que los comercios nocturnos cerraran. Entre ellos y sobre todo, las librerías. Nuestra tradición era, desde que era niña, ir a la Feria del Libro de 18 y Ejido y elegir, de entre las mesas de usados en promoción, un par de libros para la madrugada de cada una. Y así nos quedábamos, ella leyendo en su cama, yo en el sillón, en el mismo ambiente las dos, en un silencio cómplice que interrumpíamos de vez en cuando para hacer algún comentario sobre lo que leíamos. De la noche en la que encontré a Carol entre los anaqueles de la librería, y en la que la abuela decidió regalármelo aunque fuera nuevo y no parte de las ofertas, me acuerdo clarito. El vendedor no lo encontraba y yo, descifrando los títulos de entre los lomos, logré dar con él. Recuerdo que me dijo que yo podría trabajar en la librería y yo me sentí orgullosa, sobre todo porque creí que ese comentario enorgullecería a la abuela, tratándose del que creía su lugar favorito.
Vuelvo a Patricia Highsmith, a la de ahora en el libro que leo, a la de ahora que soy. Salí a caminar con Sus… pense en la cartera, necesitaba aire libre. Demasiado tiempo encerrada, sobre todo en mi cabeza. La caminata fue más larga de lo que esperaba y, al terminar, el premio fue sentarme en un banco de plaza al final de la tarde para leer el próximo consejo que Patricia tenía para darme. Hablaba sobre las experiencias que pueden dar lugar a las narraciones y cómo aquellas más personales también podían servir de idea inicial para una ficción.
“Mi abuela murió hace varios años. Yo la quería mucho y ella fue la principal encargada de mi educación hasta que cumplí seis años, ya que mi madre estaba atareada con su trabajo. Mi abuela y yo nos parecíamos poco o nada, aunque, por supuesto, ella me dio parte de mis huesos y mi sangre y nuestras manos se parecían un poco. No hace mucho me fijé casualmente en un zapato mío que estaba casi gastado y que había adquirido la forma de mi pie, y vi en él la forma o la expresión del pie de mi abuela, tal como lo recordaba por las zapatillas que llevaba en casa y los zapatos negros de tacón bajo que se ponía para salir. Me acordé de cuando visité a mi abuela en Texas a los dieciséis años, en el intervalo entre el instituto y la universidad, y fuimos a ver la película basada en El sueño de una noche de verano. (…)
Mi corazón aquella noche estaba repleto de cosas buenas. Cuando vi el zapato viejo, veinte años después, derramé mis primeras lágrimas de verdad por mi abuela, por primera vez fui consciente de su muerte, de su larga vida, de su ausencia actual, y comprendí que algún día también yo moriría.”
Interrumpí la lectura para seguir pensando. Ahí estábamos Patricia Highsmith y yo, conectadas en 2021 por algo que fue publicado en 1983, antes incluso de que yo naciera. Su abuela y la mía también se conectaban de algún modo, y más que sacar conclusiones acerca de los comienzos posibles de una narración, yo pensé en cómo me había afanado en seguir encontrando a mi abuela en ella misma, cuando podía también encontrarla en mí.
En el libro, la autora habla mucho del “germen de la idea”. Es decir, de ese primer esbozo que nos lleva a pensar en que ahí hay algo sobre lo que escribir, que se podría profundizar en tal o cual cosa, que esto tan pequeño podría desarrollarse lo suficiente hasta convertirse en una historia. Esos gérmenes están en todos lados; se recogen de conversaciones oídas al pasar, se recuerdan de experiencias vividas, se seleccionan de anécdotas que nos cuentan y se recopilan en apuntes inconexos que en algún momento cobran sentido. Esos gérmenes están afuera y adentro, en libros que se leen, caminos que se recorren e imágenes que ayudan a comprender toda una vida, como el zapato con la forma de tu pie, que resulta ser la huella de tu abuela.
El germen es la parte de la semilla de que se forma la planta. Es el primer tallo que brota de ella. Es el principio u origen. La abuela de las ideas sea probablemente la más fértil y original de todas. Coincide con la de una persona que te permitió ser libre aun sin comprender del todo lo que hacía contigo, aun sin que tú supieras cuánto de su germen habría en tus pensamientos futuros.
Tras esa tarde en la plaza en la que se definió lo que escribiría hoy, pienso ahora en cómo a veces te encuentras escribiendo lo que quieres y otras lo que necesitas. Ya se darán cuenta ustedes a qué categoría corresponde este texto.
Una respuesta
Hermoso, María. GRACIAS 🙂