De letra manuscrita para ustedes

Escribo esto a mano, como suelo escribir todo aquello que me importa. Bueno, ustedes lo verán prolijamente tipeado, pero sepan que antes estuvo en mi cuaderno, uno de los espacios más preciados con los que cuento.

Estamos a una semana exacta de que comience marzo, el mes de los comienzos y los nuevos ciclos lectivos. Recuerdo mi ansiedad, de niña, pensando en quiénes serían mis compañeros y compañeras, en qué maestra me tocaría, en cuántos serían los desafíos del nuevo grado. Recuerdo la previa, desempolvar la túnica tras las vacaciones de verano, elegir la mochila, los útiles más básicos… ya después, cuando tuviera la lista completa, iría con mamá a alguna papelería para hacerme de cuadernos, lápices de colores, juego de geometría…

El primer día de clases se había vuelto un ritual compartido. Por única vez en el año mamá no trabajaría en la tarde para irme a buscar a la salida, e ir juntas a merendar a la confitería que quedaba a pocas calles de la escuela, La Liguria, que hoy ya no existe, en el barrio montevideano de la Unión. Ahí, del único tema del que se hablaba era, obviamente, del primer día de clase. Mamá preguntaba cómo me había ido, qué habíamos hecho; yo confesaba mi primera impresión acerca de la maestra y celebraba la presencia de alguna amiga que estaba también en mi grupo. A nuestro alrededor, en las otras mesas, había también varios más que llevaban túnica. Creo que era el único día en el que no estábamos deseando quitárnosla, sino que la portábamos con orgullo, como muestra de reconocimiento de una misma especie.

Después de la merienda completa, nos íbamos a comprar los materiales, seguramente a la Papacito de 8 de octubre; los libros de texto quedarían para el domingo, cuando en la librería Pocho, de la feria Tristán Narvaja, procediéramos al canje de los viejos por los nuevos. ¿Cómo no querer a marzo, no ansiar el nuevo comienzo, no recordar los primeros días con el mayor de los cariños?

Desde que ejerzo la docencia cuento con el privilegio de experimentar sensaciones similares, ahora compartidas con mis estudiantes. La previa es la de la planificación, la de proyectar los grupos que tendré, a veces, sólo contando con nombres y apellidos sin rostros; otras, con datos escritos en un formulario que suele animarme más aún con sus respuestas, porque delatan el entusiasmo, que es recíproco. Pensar cómo se desarrollarán las primeras clases, darles una narrativa propia, elegir lecturas, imaginar posibles reacciones y, sobre todo, anticipar el encuentro, ese que se da entre quienes soñaron una clase, cada quien a su manera, hasta contrastarse en el plano de la realidad tangible.

Todo esto pasa por mi mente en estos días, no sin falta de ganas, no sin miedos, no sin una curiosa ansiedad. Los tres cursos que se abren este marzo 2021 son más que especiales para Papel en Cero y, por lo tanto, para mí.

La Escuelita de Autoras es un espacio muy deseado al que consideramos, además, necesario. Está todavía en construcción y lo estará el resto del año junto con la primera generación de mujeres que se atreva a ser parte con nosotras. Aun sin haber empezado me atrevería a asegurar que todas saldremos de ella gratamente sorprendidas.

El Club de Cine significa para mí volver a discutir durante horas sobre uno de los lenguajes más ricos, el cinematográfico. El mismo que me permitió, dando clases en la Universidad Popular de Ginebra, Suiza, traspasar las barreras idiomáticas con estudiantes de diversas nacionalidades que venían a mi curso a profundizar sus conocimientos de español a través del cine iberoamericano. Las historias de películas, y todo lo que hay detrás de ellas para que puedan llegar a realizarse, es algo que me sigue sorprendiendo y conmoviendo, como aquella primera imagen que quedó grabada en mí, tal vez un día de marzo esperando el comienzo de la escuela, de un niño que volaba en su bicicleta junto con su amigo extraterrestre, atravesando la luna llena.

Que tanto un taller como el otro pueda hacerlo acompañada de las talentosas mujeres creadoras que son Magdi Molnar y Valentina Lambach, es algo que sólo vuelve más inmenso el placer de haber emprendido esta aventura de crear dos propuestas tan distintas en las que estamos dispuestas a dar lo mejor de nosotras.

Por último, el taller de El camino del artista, que me llena de entusiasmo porque el trayecto ya recorrido el año pasado con el primer grupo fue una experiencia preciosa de estimulante creación colectiva.

Por supuesto que para concretarlos preciso de la compañía de ustedes, por lo que les invito a leer los detalles de los cursos y a consultarme ante cualquier duda a [email protected]

¡Que este marzo la ilusión sea compartida! Por todo lo nuevo que comienza y por donde sea adonde nos lleve. Que ojalá sea escribiendo la historia que realmente queramos contar. De mi parte y como profesora, me comprometo a que suceda.

Sinceramente,
María

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