Reconquistar la identidad – Diario semanal de un camino del artista

I.

Me gusta mucho ir a la escuela y estudiar. Gusto de Ezequiel y de Federico Alfredo. Ya tuve un novio. Tengo muchos juguetes y un hermano y unos padres muy buenos. Siempre me gustó tener un diario como este muy lindo.

Me intento encontrar en la letra de una niña. Siempre estoy buscando encontrarme. Hoy es acá, en un diario íntimo que empecé a escribir de esa forma en 1995, a los ocho años. Recuerdo que el diario me lo regaló mi madre y que yo fui consciente de cuánta libertad me estaba siendo otorgada en ese obsequio. Probablemente no lo conceptualicé, no usé entonces la palabra “libertad” para expresar lo que sentía. Pero esas hojas (hojitas perfumadas) en blanco (puro papel en cero) y ese poder de cerrar con una llave para dejar bajo candado esa parte íntima de mí, me generó, a la vez, emoción y vértigo.

Casi lo mismo que siento hoy al sentarme a escribir. Quizá sea por eso que voy tan atrás para encontrarme ahora. Porque en esa niña tal vez se cumpla la quinta acepción que el diccionario de la Real Academia Española le dedica a la palabra identidad. “En matemática: Igualdad algebraica que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables”.

Tal vez no importen, entonces, los años que pasaron desde ese primer diario. Ni todo lo que nos pasó entre medio a ella (la niña) y a mí, bueno o malo, buscado o inesperado, importante o urgente, trascendente u olvidable. Sólo variables para verificar lo que somos, que tanto tiene que ver con el origen como con el crecimiento, los cambios y la transformación.

La consigna de esta segunda semana de El camino del artista fue orientarse “a la autoafirmación. Dirigirse hacia una personalidad definida por ti misma”. Nos la puso difícil Julia Cameron. Porque no siempre es sencillo distinguir qué y cuánto de lo que hacemos tiene que ver con un deseo o una voluntad propia y cuánto con algo impuesto o heredado. ¿Pero es que acaso no es con la suma de todo eso que una va conformando su identidad?

Pienso en mi nombre. María. En honor a una mujer que durante muchos años no supo leer ni escribir. Que cuando lo aprendió fue de forma autodidacta y que significó, lo haya podido ella conceptualizar o no, la conquista de su vida. Una vez, Mabel me hizo ver cuánto tenía de vocacional en mí el compartir la herramienta de la escritura, el placer de la escritura, la libertad de la escritura, con todas las personas dispuestas a escucharme que quisieran escribirse. Y eso vino conmigo desde mucho antes del primer diario. Como un manifiesto y como un mandato. Nadie en este mundo debería perderse el acceso a los otros mundos que brindan el leer y escribir.

II.

“Aprendí que lo que debe ser escrito, es escrito. Eso es inevitable. Y lo que no debe ser escrito nunca verá la luz. Digo lo que no debe ser escrito como la escritura estéril, la escritura obligada, lo que no es deseo.
Escribir algo que no debe ser escrito sólo detiene la escritura y, con más ferocidad, detiene la vida. La escritura no puede resolverse, no puede solucionarse. Si no fluye, si no se escribe solo como quien dice, incluso con todos los errores e incertidumbres del deseo, es muy probable que se estanque y comience a oler mal”.

Camila Sosa Villada

Para preparar la próxima clase de la Escuelita de Autoras, estoy leyendo El viaje inútil, de Camila Sosa Villada, un ensayo sobre la escritura, sobre la historia de la autora en relación con el (su) acto de escribir. Lo leo de a poco, paladeándolo. De vez en cuando, releo frases sólo por el gusto de volverlas a leer. En otros, cierro el libro, camino un poco por la casa, pienso en lo que he leído y en lo que yo escribiría a propósito de eso. No de su historia sino de la mía. Por eso para mí leer y escribir van tan de la mano. Porque nada me da más ganas de pasar al papel que la lectura de un libro. Por ejemplo, Camila escribe en un momento: “Alguien tiene fe en una, finalmente, y una escribe”. Yo lo leo y me detengo automáticamente para recordar a las personas que tuvieron fe en mis palabras que, para quienes más me conocen, es el sinónimo de tener fe en mí. Y ahora sólo quiero escribir sobre ellas.

Hace un tiempo tuve un bloqueo importante con un proyecto al que parecía no poder darle fin. El miedo (que también me acompaña desde niña) me asustaba incluso antes de empezar (o precisamente por eso. Una vez que una se anima es difícil que el miedo cuente con el mismo peso… otras emociones han ocupado ya su lugar). Acudí a Mabel nuevamente y me propuso el ejercicio de recordar un momento feliz relacionado con mi escritura. Cerrar los ojos para simplemente imaginar, visualizar.

Me vi niña. Una niña que jugaba alrededor de su máquina de escribir (la que me regaló el Tata cuando todavía no podíamos ni soñar con una computadora). Me vi feliz, divertida. No escribía pero tampoco estaba bloqueada o preocupada por lo no escrito. Me movía alrededor de la máquina, tal vez bailaba. Mabel me indicó que le hablara y lo que naturalmente me nació decirle fue ¿Me enseñás? Su respuesta, tan fresca, tan segura, desprovista de toda falsa modestia, fue lo que me sorprendió: ¿Qué querés saber?

Mi niña sabe cuáles son sus herramientas y confía en ellas. Porque sabe también que sabe cómo usarlas. No duda de lo que conoce, de lo que ha aprendido; tampoco del poder de la intuición, de la experiencia (la que se gana con la práctica) y, cómo no, del juego. Esa visión de mí en una de las tantas versiones que he sido y que, por lo tanto, puedo ser, iluminó una evidencia que había estado ahí todo el tiempo y que yo veía de forma oscura.

Mi mente, mi cuerpo todo, es disperso. Necesita espacio y necesita tiempo. Necesita airear las ideas, sacarlas a pasear. Jugar un rato entre medio. Se compromete mucho con la tarea, pero no a fuerza de compromiso. Viéndolo desde esta nueva óptica, me permití desde entonces pararme de la silla del escritorio a no buscar nada al ir a ninguna parte; cantar una canción en el camino y detenerme para escucharla; pasar de un documento abierto a otro, o de la computadora al cuaderno, y dejar que las ideas fluyan hacia una historia diferente. O, como en este texto que quizá hoy esté terminando de escribir, permitirme empezarlo un día, frenar cuando me frene la vida (¡y vivirla!), retomarlo ahora y, cada tanto, cuando siento que lo necesito, parar para dedicarme a la banal tarea de pintarme las uñas. Esa también soy yo. La que se detiene para jugar. La que a veces pierde el tiempo y otras veces se levanta unas cuantas horas antes de lo habitual para sentir que tiene el poder de alargar un poco más el día.

Mi identidad está en todas partes, incluidas las fotos de un pasado que me permiten imaginarme niña; los diarios en los que dejé registros con faltas de ortografía; los textos que he ido abandonando a medio camino, a veces culpándome, otras aceptándolo, aceptándome. Pero también los que he logrado terminar a pesar de todo; los que he enviado en cartas que me revelan en sentimientos, o en proyectos que han sido creados más pensando en otres que pensando en mí, porque yo también soy así.

Soy en la entrega, soy en mis amigas, en mis abuelas, en mis amores, en mis grupos de clases, en las lealtades que no siempre son correspondidas, en la sed por aprender y por enseñar lo que ya sé. En perpetua construcción, como me imagino que hemos de estar todos, hasta sea cual sea nuestro final.

III.

Conócete a ti misma.

Debe ser con lo que más insisto en todos mis talleres. Con que la clave para escribir mejor no está en aprender a la perfección determinada técnica, en seguir paso a paso algo parecido a una receta. La clave está en conocerse e identificar dónde está lo que cada una necesita, lo que mejor le sale, lo que más disfruta, lo que menos desea. De ahí se obtendrá información sobre el qué (los temas que nos importan, las cuestiones que nos interpelan, los géneros que nos interesan) y sobre el cómo (estrategias personales para experimentar, para buscar, para concebir y concretar). No a todas nos funciona lo mismo. Es obvio pero igual a veces nos forzamos a no poder y nos castigamos por eso, como si no supiéramos desde el inicio que ese intento estaba destinado al fracaso.

Que el error sea parte del proceso, como es parte de la identidad (también) el defecto y las miserias. Lo inevitable. Lo imperfectamente humano. La verdad de reconocerse entre el resto de la humanidad.

2 respuestas

  1. Gracias María, tienes la virtud, el don de transmitir tanto, de expresarlo de una forma tan clara y sentida. Siempre es un placer leerte, Es también un aprendizaje. Y sé que si alguien puede transmitir de esta forma es porque lo que escribe lo tiene vivido, sentido,aprendido, sufrido y otras veces disfrutado. No tengo dudas de que naciste para escribir.
    Y como alumna me quedo con tu consejo final, “Conócete a tí mismo” . Es un consejo sabio.

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