
I.
Vengo pensando en escribir esto desde hace unos días. Antes de empezar, enciendo el carboncito que compré en Oaxaca para quemar el copal, la resina vegetal con la que los Aztecas limpiaban las impurezas del lugar. ¿A qué fantasmas quiero ahuyentar yo con esto? No lo sé, y acepto quedarme con el misterio.
Son varios los fósforos que uso para intentarlo. Recuerdo así algo que había olvidado, la memoria fugaz de un sueño que tuve anoche: alguien me pedía fuego y yo le decía que podía prestárselo pero que no se lo quedara, porque la cajita era un recuerdo. Y me refería a esta caja de fósforos que uso a la hora de prender inciensos, a la que sigo rellenando para conservarla, porque fue un regalo y está impregnada de esa capa que resguarda a todo lo que nos importa. Tanto que hasta en los sueños se lo protege.
Pienso en una interpretación posible: el fuego (la llama, el calor, la pasión) se comparte pero no se entrega, quizá porque es intransferible, quizá por el riesgo a que se extinga por completo. El fuego, para mantenerlo vivo, hay que cuidarlo, y esa es la única forma por la que puede preservarse. Si el fuego es de una, la responsabilidad de avivarlo también lo es, y es lo que nos permitirá después compartirlo con quienes lo necesiten, lo pidan, lo deseen.
Pero toda esta introducción fue una larga digresión, a la que le doy paso en el texto porque qué sería de ellos (los textos, las historias, la poesía) sin ellas (las digresiones, la falta de atajos, el cambio de dirección). Porque es como cuando una camina hacia algún lugar y, de repente, desvía la mirada y encuentra un árbol que da vida a una extraña flor. Se para a observarla. Le toma una foto. Si está al alcance, la huele. No tiene olor a nada, se concluye, pero también se abre a la posibilidad de que sea la imaginación quien invente una fragancia. ¿Cómo debería oler esa flor? ¿Cómo debería llamarse? Y así hasta el infinito de las digresiones o, al menos, hasta el final del camino.
Pero yo iba a escribir sobre otra cosa y lo del copal fue una excusa para darle un inicio a este ritual de sentarme conmigo. Estoy cada vez más ritualera. Tengo un altar. Paganísimo. Una carta de Tarot (la Emperatriz), un árbol de la vida que representa la muerte (ay, cómo me gusta México), una cruz florida, un conejo chino para la abundancia, una piedra de amatista y una lapicera tamaño de bolsillo que llevaba mi abuela en la cartera y que me la traje de Uruguay cuando me la dio como si se tratara de un tesoro (que por supuesto lo es). Lo tengo todo en mi estudio, y cuando la rigidez de la computadora me inhibe, vengo a los pies del altarcito pagano y me ofrendo algunas palabras escritas a mano, como estas. (El origen siempre está en los cuadernos, me digo ahora, mientras transcribo esto a dos manos desde el teclado, y pienso en aquellos que usé en la escuela para aprender las letras).
II.
El primer capítulo de El camino del artista aborda el tema de la seguridad creativa personal. Julia Cameron (la autora) busca hacer reflexionar sobre los espacios y las gentes que nos hacen sentir seguras en nuestra creación, empezando por nosotras mismas.
¿Qué lugar le damos al acto de crear? Y mi pregunta apela a lo literal: ¿En qué libreta apunto mis ideas? ¿O acaso no las apunto porque tampoco es que las considere tan valiosas como para dejar registro? ¿O es en papeles sueltos que nunca termino por encontrar? ¿O es en una que elegí porque me enamoré perdidamente de ella al entrar a una librería?
Las preguntas posibles siguen: ¿He pensado alguna vez en si prefiero crear afuera o adentro? ¿Si el contacto con la naturaleza o con la ciudad me nutre en algún punto? ¿O si me favorecen más la soledad y el silencio? ¿Lo he probado aunque sea? ¿Me reservo un tiempo específico como quien bloquea un hueco en su agenda y sabe que ahí ya no entra otra cosa? ¿O dejo que el tiempo llegue, y me doy cuenta una y otra vez de que nunca lo hace? Darme la seguridad de crear es, para mí, otorgarme la garantía de que lo haré. Si yo no le ofrezco a alguien la certeza de que estaré esperándole en un momento y un lugar determinados, ¿cómo pretender que acuda a mí?
Esta primera semana de “recuperación de la seguridad” coincidió con el 8M, un día que desde hace años me conmociona durante varios días después. Marchar con las más de 90 mil mujeres que fueron parte de la cita en un país reconocido por la violencia en general y por la de género en particular, me hizo resignificar la sensación ligada a la seguridad. Una puede sentirse segura sola o acompañada, fuera o dentro, y lo que en algunos casos puede causarte claustrofobia, puede provocarte en otros contención. Yo me sentí parte de ese grupo humano, de ese cuerpo violeta que se movía motivado por la mismas luchas y los mismos dolores. El sentimiento compartido hermana. Se comprende en sí mismo porque nos conforma por igual.
La comunidad, la comunión que produce, nos conecta con algo más poderoso que nosotras mismas, más trascendente pero que, a su vez, fortalece lo individual. La marcha me dejó con ganas de crear. Porque ahí vi a la creación en acción. ¿Cuántas veces nos dijeron que no podíamos? Que no eran los modos, las formas. Que las otras no eran aliadas sino competencia. Que tal o cual reclamo era infundado, exagerado, absurdo.
Ese día la seguridad fue total. Podemos y podemos todas y podemos juntas. Tengo fe, claro que tengo fe. Creo en algo más allá de mí que me sostiene. Está presente en mis amigas, en mis maestras, en la generosidad de una desconocida que marcha también por mí. En el cartel que lleva las palabras que yo no pude escribir. En mi cuerpo acá, por otras que no lo están. En mis compañeras haciéndome parte de la marcha en Montevideo. En mi capacidad de estar allá y de estar acá. De estar.

III.
“Si me matan / cuando me encuentren
que digan siempre / que digan siempre
que fui cantora / viviendo sueños
que como todas / crecí con miedo
y aun así / salí solita
a ver estrellas / a andar los días
Y aun así / salí solita
a ver estrellas / a amar la vida”.
Anoche escuché en vivo esta canción, de la voz de su creadora. La había escuchado muchas veces antes, del EP con el que me obsesioné después de que una amiga (otra vez las amigas) me había hecho conocer un tema. Escuchar a Silvana Estrada, verla ahí arriba en el escenario con sus 25 años y un talento imposible de explicar (¿porque cuántas vidas una cree que se necesitan para cantar esa sabiduría?), trasmitiendo una emoción tan difícil de describir, me dio seguridad.
Son posibles el arte, la honestidad, la belleza. Es posible una platea entera coreando palabras de amor y resistencia. Es posible conectar almas a través de lo que se cree y se crea. Compartir el fuego, la emoción que provoca, la luz y el calor que reúne a todes desde tiempos inmemoriales frente a una hoguera.
Pero hay que hacer, hay que hacer. Componer la canción, escribir la historia, aprender a tocar el instrumento, dar vida a un personaje, ensayar la coreografía, estudiar las pinceladas necesarias, darse a conocer sin máscara, convocar al público y mirarlo de frente…
Con la seguridad de que no estamos solas, ni en los miedos ni en las dudas, ni en las alegrías ni en las tristezas. De que podemos conquistar espacios y de que todo lo que hemos creído acerca de nosotras mismas puede no ser verdad. Descubrirlo es parte de nuestro trabajo y la creación es una de las vías de exploración más ricas para hacerlo. Pero tengámonos paciencia. Mirémonos con la ternura con la que miraríamos a la cara a una amiga. Con la amabilidad con la que estaríamos dispuestas a guiar a alguien cualquiera que se siente perdida. Pero no somos cualquiera. Somos nosotras. Y entre nosotras nos entendemos.
6 respuestas
Gracias por compartir tan, tan bello y sentido texto. Me hizo vibrar. Gracias.
¡Gracias, Virginia, por leer, comentar y vibrar! Un abrazo.
Gracias María, tus reflexiones desbordan profundidad y belleza.
Gracias porque tus palabra son siempre alimento para el alma.
Mabel querida, siempre una luz amiga en cualquiera de mis caminos. En la próxima entrega de este diario encontrarás alguna mención sobre vos… Abrazos.
Gracias María por estas profundas reflexiones, sacuden y acarician el alma al mismo tiempo. Y como siempre invitan a dar un paso más.
¡Y yo te acompañaré en todos esos pasos que quieras dar!