Mis alumnas ya están acostumbradas: tengo más preguntas que respuestas. Aunque intento contar con alguna certeza para darles seguridad en el mar de incertidumbre en el que solemos navegar, ellas saben que terminarán de leer mis devoluciones con unas cuantas interrogantes que, ojalá, les sean nuevas. Quizá sepan también que es lo mejor que les puedo ofrecer.

Yo también me pregunto cosas constantemente. En cierto sentido, soy como la niña que alguna vez fui y que preguntaba a su madre si el ómnibus que estaba pasando por la parada de enfrente era el que nos servía. Creo que mi madre pensaba entonces que podía tener alguna falla intelectual, y no disimulaba la impaciencia cuando me respondía que no, que cómo nos iba a servir, que mirara para el otro lado que era desde donde tendría que venir el que nos llevaría a destino. Yo, en realidad, lo sabía. Y supongo que preguntaba por aburrimiento, por frustración, porque me parecía una injusticia que los que volvían fueran más que los que iban y porque capaz preguntando las cosas podían cambiar.

Hoy no pregunto tantas obviedades (bueno, no siempre) pero insisto y persisto en el ejercicio de cuestionar y cuestionarme, quizá con una cuota más existencialista que la de la niña a la que le molestaba esperar pero con la misma curiosidad con la que observaba la frecuencia dispar del transporte público.

Ayer vi una película de esas a las que se llega por casualidad. Una compañera de taller la recomendó en alguna clase y yo cumplí con la disciplina de agregarla a mi lista en Netflix, para así acumular expectativas como quien colecciona figuritas (ahí conviven recomendaciones de este año con otras de 2019). Pero, esta vez, tick, tick… BOOM!

El personaje protagonista (que también a su modo es el autor, porque es en su vida y en su musical homónimo que está inspirada la historia) empieza contando sobre un sonido imperceptible para el resto pero muy claro en su cabeza que suena demasiado parecido al tic tac del reloj. Ese sonido le recuerda que está a punto de cumplir 30 años, que lleva ocho dedicándose a escribir un musical que no ha tenido éxito (entendiendo como tal el que no lo hayan adquirido para ser representado en Broadway), y que cada vez le cuesta más (metafórica y literalmente) vivir intentándose hacer un lugar en la escena artística de Nueva York. “Soy mayor que McCartney cuando escribió su última canción con Lennon”, se lamenta. Pero también está esperanzado porque tendrá la oportunidad de mostrar su trabajo en público por primera vez, y porque quizá de ahí salga una oportunidad profesional.

Sobre el final (es spoiler pero no es spoiler, les aseguro que hay otros más sorprendentes que esta escena que pasaré a relatar), en el festejo de su temido cumpleaños número 30, su ex novia le pregunta cómo le fue y si a algún productor le interesó su musical. La respuesta a esto último es que no. El diálogo que se produce a continuación fue el que originalmente me inspiró a escribir este post:

SUSAN (LA EX NOVIA)
¿Qué vas a hacer ahora?

JONATHAN (EL PROTAGONISTA)
Comenzar el siguiente.

Susan sonríe y asiente con la cabeza. Le extiende un paquete envuelto para regalo.

SUSAN
Feliz cumpleaños.

Jonathan lo abre y descubre el contenido: un cuaderno pentagramado forrado en cuero.

SUSAN (CONT.)
Es para el siguiente. ¿Ya tienes algunas ideas?

JONATHAN
Sólo preguntas.

SUSAN
Ese parece un buen lugar desde donde empezar.

Y empezó. Otra vez. Y tomó parte del material que ya escrito, de ese musical en clave de ópera rock que a todes gustaba pero que a nadie interesaba lo suficiente como para invertir en él, y lo fundió con otra cosa nueva, autobiográfica. Con su pánico por cumplir 30 y no ser todavía un compositor consagrado; con sus dudas acerca del futuro en un presente también incierto; y, sobre todas las cosas, con sus preguntas. ¿Por qué no se puede escribir algo tan distinto al resto si se quiere encajar? ¿Por qué no se puede contar historias en donde les protagonistas sean otres diferentes a los de siempre? ¿Por qué no se puede entretener a la vez que invitar a la reflexión? ¿Por qué hay que pensar en el mismo formato que ya se ha pensado tantas veces para que funcione?

La resolución a todo esto no se las voy a contar porque para eso está la película (e internet en general, buscando a Jonathan Larson en Google), pero sí les insistiré con el método de poner en crisis a los proyectos a partir de las preguntas. De animarse a que las respuestas sean otras a las que hubiéramos esperado. Y de aceptar que para algunas sencillamente no las hay y que lo que queda es comenzar con el siguiente.

¿Por qué, por ejemplo, hacía más de un año que no escribía en este blog en el que había logrado mantener el hábito de hacerlo cada lunes? ¿Por qué me paso días pensando en lo que escribiría sin escribir una sola página? ¿Por qué si se supone que es una de las actividades que más disfruto y con la que más conecto? ¿A qué le temo? ¿Puede acaso servirme a mí también uno de los consejos que —con humildad y convicción— les ofrezco a ustedes? ¿Soy un fracaso si no?

Es el misterio de la respuesta lo que me impulsa a seguir escribiendo. Y a aconsejarme esta vez a mí: una pregunta a la vez.

https://www.youtube.com/watch?v=fDn-pImaH8I&ab_channel=sofilyrics

2 respuestas

  1. Me encantó lo que leí !!! Ahora… me pregunto: Cuando abriré mi correo y volveré a encontrar un regalo como este?? Felicitaciones!!! GRACIAS!!!!

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