En 1971 la profesora estadounidense Linda Nochlin se preguntaba por la inexistencia de grandes mujeres artistas en un artículo titulado Why have there been no great women artists? No es de sorprenderse que este tipo de texto surgiera en la década del 70, cuando la renovación del movimiento feminista habilitaba la revisión del que había sido hasta entonces el papel de la mujer en todas las áreas, incluida la del arte.

Tampoco debería sorprendernos (aunque sí molestarnos, decepcionarnos y despertar en nosotres un urgente espíritu reparador) el que esas revisiones hayan demostrado cómo muchas mujeres artistas habían sido silenciadas de la historiografía tradicional, así como que la imagen de la mujer representada en las obras artísticas (mayormente por hombres) había sido manipulada a la imagen y semejanza de cómo se deseaba que esta fuera y luciera.

“¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? La pregunta resuena en tono de reproche (…) Pero como tantos otros supuestos problemas relacionados con la ‘controversia’ feminista, falsea la naturaleza de la cuestión a la vez que proporciona insidiosamente su propia respuesta: No ha habido grandes mujeres artistas porque las mujeres son incapaces de alcanzar la grandeza.” Así comienza Nochlin su ensayo. Y díganme si esta introducción no les sigue sonando tristemente familiar aún ahora, en este 8 de marzo de 2021, cuando se siguen cuestionando leyes de cuota de participación femenina, por ejemplo, arguyendo que si fuéramos lo suficientemente capaces no serían necesarias, sin advertir que no lo serían si el mundo fuera menos machista y más justo, porque la capacidad nos sobra.

La autora continúa con su análisis y sostiene que, si bien es cierto que ha habido mujeres artistas interesantes y poco investigadas, “No hay equivalentes femeninos de Miguel Ángel o Rembrandt, Delacroix o Cezanne, Picasso o Matisse; ni siquiera, en tiempos muy recientes, de De Kooning o Warhol, como tampoco existen equivalentes afroamericanos de estos artistas. Si hubiera realmente un alto número de grandes artistas «ocultas» o si debieran emplearse estándares diferentes para el arte de hombres y mujeres – y las dos cosas no pueden ser ciertas a la vez-, ¿por qué luchan las feministas? Si las mujeres han alcanzado realmente el mismo estatus que los hombres en el arte, no hay razón para alterar el statu quo. Pero lo cierto es que, como todos sabemos, las cosas, ahora y siempre, han sido, en el arte y en otras muchas áreas, embrutecedoras, opresivas y desalentadoras para todos aquellos, como las mujeres, que no han tenido la buena suerte de nacer blancos, preferentemente de clase media y, sobre todo, hombres. La culpa no hay que buscarla en los astros, en nuestras hormonas, en nuestros ciclos menstruales o en el vacío de nuestros espacios internos, sino en nuestras instituciones y en nuestra educación. Educación entendida como todo aquello que nos ocurre desde el momento en que llegamos a este mundo de símbolos, signos y señales cargados de significado.”

Estimadas amigas, alumnas, mujeres creadoras: nos han educado para no serlo. Para que no aspiremos al trabajo artístico ni intelectual; para que no confiemos en nuestras capacidades artísticas ni intelectuales; para convencernos de que nuestra sensibilidad y emocionalidad eran las ideales para formar una familia, no para crear una obra o sostener una carrera; nos han repetido que nuestro cuerpo hace a nuestra feminidad, por eso hay que prestarle tanta atención a la apariencia y al cultivo físico; mientras que la mujer muestra, el hombre demuestra. Nuestras inseguridades, nuestra autoexigencia hasta el límite absurdo de perseguir la perfección, nuestra falta de referentes, no es casual ni fortuito. Hemos sido condicionadas, muchas veces puestas en ridículo o condenadas; y, lo peor de todo, hemos sido enfrentadas entre nosotras mismas. Lo siguen haciendo, nos siguen oponiendo. Feministas contra quienes no consideran serlo, por ejemplo. Pero lo cierto es que no hay antónimo posible para la sororidad.

Este reconocimiento no nos debería provocar lástima sino una cuota de realidad desde la que trabajar. Juntas, sobre todas las cosas. Para cambiar la formulación de preguntas como la que dio lugar al estudio de Nochlin y profundizar, según su propia propuesta, en las condiciones necesarias para crear arte, no basadas únicamente en la idea de talento, inteligencia o genio artístico individual, sino en cómo influyen la sociedad a la que se pertenece, la situación económica y las instituciones en las que se enmarca.

Sigamos construyendo desde la igualdad. No es posible reescribir el pasado pero sí proyectarnos al futuro desde el lugar en el que queramos contarnos. Para quienes tenemos el privilegio de que sea una elección, no dudemos a la hora de dar a conocer nuestra voz.

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